sábado, 16 de mayo de 2015

Evangelio Domingo 17 de Mayo- Para profundizar

7º Domingo de Pascua – Ciclo B           La Ascensión del Señor  











El evangelio de este domingo tiene dos mensajes muy importantes:

 a) Jesús envía a predicar la Buena Noticia por todo el mundo.

b) Los discípulos se fueron a predicar con palabras y signos.

Pero es lamentable constatar cómo estos mensajes quedan en penumbra porque se ha puesto el acento en la comprensión literal de cuatro palabras: “Jesús subió al cielo”.




En muchos libros de religión, en la catequesis y las homilías nos hemos quedado con el escenario; nos imaginamos la escena y tenemos el riesgo de perder de vista la invitación personal que conlleva este evangelio.
Os animamos a acoger la
invitación que Jesús nos sigue haciendo y responder a ella con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra vida.
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
La lectura de estos versículos no puede separarse de los anteriores. Podría parecer que el envío evangelizador se refiere exclusivamente a los once apóstoles, y sólo por delegación iría afectando al resto de los discípulos. Pero no es así. Los versículos anteriores dicen: “Después se apareció a los once, estando a la mesa, y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le había visto resucitado de entre los muertos”.

Marcos va presentando sucesivas escenas de incredulidad; de esa falta de fe no se salvan ni los apóstoles. A continuación resalta cómo la falta de fe y la dureza de corazónse transforman en misión evangelizadora. Pero para que se de ese cambio hace falta algo muy importante, algo que no estaba al alcance de sus manos.
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Si el evangelista Marcos oyera algunas explicaciones que se dan actualmente sobre esta frase se partiría de risa. Podemos imaginarnos a Jesús volando, como un superhéroeque atraviesa las nubes para sentarse junto a Dios y, lo que es peor, podemos contárselo así a los más pequeños. ¿Qué conseguimos con eso? ¿Imaginarnos una escena de película o despertar un proceso de conversión?
Marcos nos dice que, tras la muerte de Jesús, la sensación de fracaso e incredulidad anidó en el corazón de todos sus seguidores,  ¡incluidos los once apóstoles! ¿Nos incluiríamos también cada uno de nosotros y de nosotras?
 Las reacciones que nos describe Marcos son similares: el temor y el espanto se apoderaron de unas mujeres; los discípulos lloraban y no creían el testimonio de María Magdalena; el grupo de Jerusalén no creyó el testimonio de los discípulos de Emaús, etc.  Incluso  Jesús tuvo que regañar a los once por su incredulidad.
Es decir: ¡todos habían tocado fondo! Con sus fuerzas nunca serían capaces de salir a predicar al mundo entero. Estaban bautizados, pero se resistían a creer, y eso les cerraba la puerta a la salvación, en el sentido de que no podían experimentarse salvados. No podían recibir la fuerza que emana de la experiencia de saberse salvados gratuitamente.
Pero Marcos nos da una clave teológica muy importante, nos da una Buena Noticia: cuando Jesús les envió y les ofreció unas señales acabó su tarea en la tierra. Ese “final de la tarea de Jesús” es lo que está representado en la ascensión.
En tiempos de Jesús sólo podían explicarlo términos como “subida”, “ascensión”, porque los judíos concebían la presencia de Dios en lo alto del firmamento y en lo más recóndito del templo de Jerusalén.
Lo importante no es si subió o cómo subió (que no tiene nada que ver con lo que pudo pasar) sino que fue proclamado Hijo, junto a su Padre. Y la misión quedó en manos humanas, en las comunidades creyentes, con la fuerza del Espíritu Santo, como nos dirán en otros textos del Evangelio. También quedó en nuestras pobres manos.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Fue esta proclamación de Jesús como hijo de Dios, sentado a su derecha (el lugar de máximo honor) lo que desbloqueó a los discípulos y sólo entonces pudieron salir a predicar por todas partes. Y el Señor, que había prometido signos que facilitarían la predicación, cumplió su palabra y hubo señales.
Hoy diríamos que hubo confianza, conversiones, hechos extraordinarios, etc. que dejaban maravillados a los hombres y mujeres de las primeras comunidades.
“El Señor cooperaba…”, es una manera de decir que Cristo resucitado estaba presente en la misión y por eso se producían hechos extraordinarios. Hoy también vemos y oímos esos signos, pero a menudo pasamos de puntillas por ellos, sin dejarnos afectar. Lo que se nos da para ayudar nuestra fe lo convertimos en mera anécdota o casualidad.
Este evangelio tiene una gran fuerza para hoy. En un mundo en el que hay temor, miedo, cobardía, falta de fe… estamos invitados a predicar la Buena Noticia por todo el mundo. No estamos solos, Jesús nos envía y nos acompaña; incluso puede sorprendernos con signos que no esperábamos.
Ante esta invitación ¿nos seguiremos quedando “con los efectos especiales”, en lugar de darnos por aludidos y sentirnos enviados y agraciados?

Marifé Ramos - Juglares del Evangelio.

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