6º Domingo de Pascua – Ciclo B
Con las imágenes del Buen Pastor y de la vid, los evangelios de los domingos anteriores nos han ayudado a descubrir el amor que Dios nos tiene.
El evangelio de hoy es la continuación o culminación de ambos y, ya sin imágenes, nos habla del amor que Jesús nos tiene. Amor que nos transforma de siervos en “amigos” y que
nos hace capaces de amar a los demás. Y esto porque el mismo Señor nos eligió, no porque nosotros le hayamos elegido ni buscado. Él es el que primero ha salido a buscarnos, nos ha llamado... Está sí que es una buena noticia, una noticia pascual que nos llena de alegría y nos hace dar fruto abundante.
¿Estamos viviendo así nuestra fe?
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Estamos ante un texto que se nos presenta como el “discurso de despedida de Jesús”. Algo así como lo definitivo, lo más importante que quiere decir a sus discípulos mientras aún está con ellos, antes de su muerte y resurrección.
Empieza explicándonos que el amor que Jesús nos tiene es el mismo que ha recibido de su Padre. El, nuestro Dios, es la fuente y el origen de todo amor. Si recordamos una expresión del comienzo de este evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo…” (Jn 3,16) descubrimos la secuencia que nos presenta ahora, casi al final. El Padre nos ama tanto que nos entrega a su Hijo; igualmente Jesús nos ama de tal manera que se entrega hasta la muerte por nosotros. Jesús es la medida del amor de Dios. Es el amor de Dios encarnado, hecho rostro humano. Este amor se nos da a nosotros para que amemos a los demás, expresando así el amor que Dios nos tiene.
En este amor se nos llama a permanecer. “Permanecer en mi amor” es lo más importante. Ya dijimos el domingo pasado que esta palabra expresa dos experiencias muy importantes:
a) Vivir como huéspedes en una casa, algo fundamental si tenemos en cuenta las leyes de hospitalidad que había en Israel.
b) Mantener una amistad profunda.
La esencia de ser cristiano es experimentar que “estamos habitados por el Amor de Dios”, es cuidar una relación de amistad muy profunda, es vivir en ese amor con que Jesús nos ama, el mismo que ha recibido del Padre.
Aun en medio de las múltiples dificultades que los cristianos han vivido a lo largo de la historia, lo importante ha sido no separase de este amor, acogerlo y entregarlo, amando a los demás. Este es el reto para cada uno y cada una de nosotros, a lo largo de nuestra vida.
Permanecer en este amor, no es algo vacío o sentimental, consiste en la decisión profunda de guardar sus mandamientos. Pero en tiempos de Jesús los mandamientos llegaron a convertirse en múltiples normas que llegaban a complicar la vida cotidiana. Juan nos sitúa en la perspectiva fundamental: “amar a los demás como Jesús nos ha amado”.
Evidentemente el amor no es un mandamiento. Nadie puede mandarnos amar, porque dejaría de ser amor. Por eso quedará más claro si utilizamos otro lenguaje: entrega a los demás el amor que recibes de Jesús, como Él entregó el que recibía de su Padre. Déjalo fluir, no lo guardes ni lo contamines.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
La alegría se nos presenta como la causa y la consecuencia de vivir en este amor. El mandamiento del amor no es una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino una fuente de alegría. ¡Y eso hay que experimentarlo para darnos cuenta de que es verdad!
Dios quiere que seamos felices, con una felicidad plena y definitiva, no la que depende de personas, cosas, hechos, situaciones o emociones. La causa de esta alegría es que Dios nos ama incondicionalmente. Ese amor nos hace vivir las dificultades y carencias de forma que no nos quiten ni la paz ni la alegría profunda.
Si nuestra vida no está llena de esta alegría ¿no será que nos estamos enredando en hechos, normas, obligaciones… en vez de poner el acento en el amor a los demás?Jesús nos asegura una alegría que llega a la plenitud, ¿por qué tantas veces los cristianos damos esa imagen triste y sin entusiasmo? ¿Dónde buscamos la alegría? El evangelio de hoy viene a decirnos: cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío, y ese vacío no puede llenarlo de alegría nada ni nadie.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Juan pasa rápidamente de los mandamientos al mandamiento, como el único, el que resume y da sentido a todos. Jesús no manda amar a Dios ni amarle a él, sino que nos invita a amar como Dios ama y como Él ama.
Pero, ¿qué experiencia tenemos del amor de Dios? Este “mandamiento nuevo” (sabio consejo), en relación a los mandamientos del Antiguo Testamento (Dt. 6,5), solo podemos entenderlo si hemos descubierto esa imagen de Dios que Jesús nos ha revelado. El Dios Abbá, Padre lleno de ternura y misericordia, que ama gratuitamente a todos sus hijos e hijas.
El amor cristiano no es respuesta a la conducta de los demás, ni siquiera a cómo nos tratan los demás. El amor que nos caracteriza como cristianos es el amor que se parece al de Jesús, el que está dispuesto a dar la vida, el tiempo, el cariño, la ayuda incondicional al otro. En todo momento Jesús es “la medida” del amor.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Y este amor que nos llena de alegría nos transforma interiormente, nos hace pasar a otro nivel de intimidad con Jesús, no somos los siervos que obedecen sin más a su señor, somos los amigos que conocen el corazón de su amigo, de su Dios.
“Os lo he dado a conocer” se nos ha regalado conocer lo que el Padre ha dado a conocer a Jesús, de forma gratuita. No porque seamos los mejores, no porque lo hayamos merecido… Solo por “puro amor, por pura elección e iniciativa de nuestro Dios” esta fue una experiencia profunda de las primeras comunidades cristianas, que vieron sus vidas transformadas gratuitamente. Que experimentaron que eran capaces de amar incluso a sus enemigos.
De esta elección suya dependen nuestros frutos y su duración. Esta es la nota característica del discípulo verdadero, la permanencia de los frutos, la transformación profunda de las personas… No el brillo exterior, ni el número de lo logrado.
Esto os mando: que os améis unos a otros.»
Esta forma de terminar el evangelio de este domingo es importante. Con estas palabras Juan cierra este discurso de despedida de Jesús. Es como decirnos, al final esto es lo único importante: que os améis. Esta es mi última voluntad, es mi testamento. Esta es la misión que os encomiendo con urgencia y por encima de otras prioridades.
Su insistencia es para que nos demos cuenta de la importancia que tiene y no se nos pase por alto. Para que no la sustituyamos con otras parecidas… por ejemplo, con obras buenas, pero que no son “amor como el de Jesús”. Si este tiene como culmen el dar la vida, se nos invita a dar lo que forma parte de nuestra vida: nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra dedicación, nuestra palabra… Muchos santos y santas, antes que nosotros, lo han vivido así. Unámonos a esta gran cadena de discípulos y testigos del amor del Resucitado.
Marifé Ramos - Juglares del Evangelio
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