Dibujo: Fano |
El Desierto, ese lugar que hoy se convierte en el escenario de la Palabra de Dios. Un lugar donde si gritas nadie te oye; si cantas, nadie te escucha; si saltas de alegría, nadie la podrá compartir… Y sin embargo, es el lugar al que Dios nos quiere llevar: “Yo la seduciré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón…” (Os 2, 17b). Allí es donde aparece Juan Bautista gritando: “¡Preparad el camino!”. Y ¿cómo puedo yo irme al desierto para escucharlo?, ¿cómo puedo comenzar a preparar este camino?
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Como no hay fórmulas mágicas, lo primero que necesitamos es “crear” ese desierto; es decir, buscar cada día ese momento de silencio total, interior y exterior, en el que Dios nos pueda hablar. Un momento en el que dejemos a un lado las preocupaciones de nuestra cabeza y nuestro corazón. Un momento en el que los ruidos no existan. Un momento en el que permanezcamos a solas Dios y yo. Y allí, con un corazón sincero, dejar que Dios te hable al corazón. No hace falta contarle muchas cosas, simplemente estar con un amigo. Tampoco es necesario sacar conclusiones: basta con abrir la mente, los oídos y el corazón invitándole a que entre y viva en nosotros.
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.Luis Melchor
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