3er Domingo de Adviento
Hemos llegado al tercer domingo de Adviento, llamado “De
Gaudete”, es decir, de alegría, de regocijo; una especie de alto en el camino,
porque antes el Adviento era un camino penitencial bastante duro.
Y, de nuevo, el evangelio nos presenta la figura de Juan
Bautista. Y nos invita a preguntarnos: ¿Quién es éste?
Juan tiene una absoluta claridad sobre cuál es su misión y su
identidad: “Soy la voz que
grita en el desierto… el que prepara el camino”. Da testimonio de
Jesús, el Señor, el Mesías Salvador, y nos avisa: “en
medio de vosotros hay uno que no conocéis”.
La Navidad está cerca; el evangelio de hoy nos invita
a abrir
los ojos y los oídos y reconocer a Aquel que está en medio de nosotros. Y,
dando un paso más, a anunciar y presentar a los demás al que llega, al que
está, aunque nuestro mundo, en medio de tantos preparativos, apenas repare en
su presencia.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste
venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos
vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Podríamos decir que el
evangelio de san Juan comienza con esta presentación de Juan Bautista, porque
el prólogo (los versículos 1-18, anteriores) es un himno de tipo litúrgico,
para ser cantado en la comunidad. En este himno, o prólogo, se resumen las
ideas centrales de este evangelio.
A la hora de hablarnos de Juan
Bautista, este evangelista tiene mucho interés en subrayar que fue mucho
menos importante que Jesús, además no hace ningún elogio de él,
ni nombra su martirio. En frases breves y claras resalta la subordinación de
Juan Bautista: Jesús era la luz, Juan sólo testigo de la luz; Jesús era
la Palabra (Verbo), Juan sólo la voz.
¿Por qué esta diferencia con los otros tres evangelistas? Porque
este evangelio se escribió sobre el año 90 y había muchos discípulos de
Juan Bautista, incluso llegó a haber cierta confusión entre ellos y los discípulos de Jesús
y entre la doctrina que predicaban unos y otros. San Juan quiere aclarar
las cosas en su evangelio.
En el libro de los Hechos
encontramos otros datos que corroboran esto. Un judío llamado Apolo, que
conocía muy bien las Escrituras, llegó a Éfeso. Este hombre era “ferviente
de espíritu, hablaba y enseñaba exactamente lo referente a Jesús, aunque solo
conocía el bautismo de Juan”. Predicó
en la sinagoga y cuando lo oyeron Priscila y Aquila lo tomaron aparte y le
expusieron con mayor exactitud el camino de Dios (…) Mientras Apolo estaba en
Corinto, Pablo llego a Éfeso y encontró algunos discípulos y les dijo:“¿Habéis recibido el Espíritu Santo al
abrazar la fe?” Ellos
contestaron: no hemos oído ni siquiera que hay Espíritu Santo. Y él les dijo:
¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos dijeron “El
bautismo de Juan” (Hechos
de los Apóstoles 18, 24-28 y 19, 1-7)
Y éste fue el testimonio de
Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a
que le preguntaran: « ¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el
Mesías.»
Era una pregunta clave. La
llegada del Mesías, anunciado desde varios siglos antes, hubiera supuesto un
cambio radical en la Historia de Israel. Hubiera supuesto el comienzo de la
liberación. Es verdad que Juan Bautista no reunía algunos requisitos que debía
tener el mesías anunciado, pero otros rasgos sí podían prestarse a confusión,
por ejemplo el mesías saldría del desierto de Judá, donde vivía Juan, e
invitaría a la conversión, como hacía él.
Le preguntaron: « ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
Ya dijimos el domingo
anterior que creían que Elías no había muerto sino que había sido
arrebatado al cielo en un carro de fuego. Los rabinos del tiempo de Jesús
predicaban que cuando Elías volviera de nuevo a la tierra invitaría al pueblo a
la conversión y le reprocharía su infidelidad; anunciaría la venida del Mesías,
lo consagraría y lo presentaría ante el pueblo. Era muy importante saber
si Juan era en realidad Elías, que había vuelto a la tierra.
Él dijo: «No lo soy.»
« ¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Hacía cinco siglos que no
aparecían profetas en Israel y en la memoria histórica quedaba el recuerdo de
los grandes profetas, como Isaías o Jeremías, que mantuvieron la fe del pueblo
en etapas muy difíciles. En ese momento, dominados por los romanos, la llegada
de un profeta, “del profeta”, hubiera sido un horizonte de esperanza y una
muestra de la cercanía de Dios.
Y le dijeron: « ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta
a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto:
"Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
El texto de Isaías al que hace
alusión es este: Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino al
Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se
levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo
escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los
hombres juntos - ha hablado la boca del Señor" (Isaías 40, 3-4)
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces,
¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
La pregunta tenía sentido. Los
levitas eran los especialistas del culto,
de los ritos y las celebraciones; su presencia en el grupo que interroga
a Juan muestra el interés por saber si alguien ha osado inventarse un rito
nuevo, al margen de los ritos oficiales. Si Juan se había atrevido ¿con
qué autoridad lo había hecho?
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Se creía que el Mesías, cuando
viniera, antes de aparecer púbicamente, estaría oculto por un tiempo, en un
lugar desconocido. Juan se sitúa en esta tradición. Calzar y descalzar a una
persona, incluso custodiar el calzado, era tarea de esclavos; no suponía
ningún honor, al contrario. Juan se abaja, mostrando con este ejemplo de su
tiempo la grandeza y la superioridad de Jesús.
Podemos preguntarnos ante el
evangelio de hoy: ¿qué nos dice para nuestra vida? ¿No estamos en unas claves
muy diferentes a las de Juna Bautista? Podemos reflexionar este domingo sobre
algo muy importante para nuestra vida cristiana: estamos rodeados de personas
que se creen el Mesías, que nos ofrecen “salvaciones” de todo tipo, desde el
envejecimiento hasta el aburrimiento. ¿A cambio de qué? De la esclavitud.
Juan Bautista, ayer y hoy, nos
pide que estemos alerta, despiertos, velando, que en medio de nosotros está
Jesús de Nazaret, Jesucristo, que nos ha bautizado con Espíritu Santo y nos
ofrece la salvación. Pero no es fácil reconocerlo en cada rostro que está a
nuestro lado.
Marifé Ramos
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