sábado, 13 de diciembre de 2014

Evangelio Domingo 17 Diciembre - Para profundizar

3er Domingo de Adviento


 
Hemos llegado al tercer domingo de Adviento, llamado “De Gaudete”, es decir, de alegría, de regocijo; una especie de alto en el camino, porque antes el Adviento era un camino penitencial bastante duro.
Y, de nuevo, el evangelio nos presenta la figura de Juan Bautista. Y nos invita a preguntarnos: ¿Quién es éste? 
Juan tiene una absoluta claridad sobre cuál es su misión y su identidad: “Soy la voz que grita en el desierto… el que prepara el camino”. Da testimonio de Jesús, el Señor, el Mesías Salvador, y nos avisa: en medio de vosotros hay uno que no conocéis”.
La Navidad está cerca; el evangelio de hoy nos invita
a abrir los ojos y los oídos y reconocer a Aquel que está en medio de nosotros. Y, dando un paso más, a anunciar y presentar a los demás al que llega, al que está, aunque nuestro mundo, en medio de tantos preparativos, apenas repare en su presencia.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Podríamos decir que el evangelio de san Juan comienza con esta presentación de Juan Bautista, porque el prólogo (los versículos 1-18, anteriores) es un himno de tipo litúrgico, para ser cantado en la comunidad. En este himno, o prólogo, se resumen las ideas centrales de este evangelio.
A la hora de hablarnos de Juan Bautista, este evangelista  tiene mucho interés en subrayar que fue mucho menos importante que Jesús, además no hace ningún elogio de él, ni nombra su martirio. En frases breves y claras resalta la subordinación de Juan Bautista: Jesús era la luz, Juan sólo testigo de la luz;  Jesús era la Palabra (Verbo), Juan sólo la voz.
¿Por qué esta diferencia con los otros tres evangelistas? Porque este evangelio se escribió sobre el año 90 y  había muchos discípulos de Juan Bautista, incluso llegó a haber cierta confusión entre ellos y los discípulos de Jesús y entre la doctrina que predicaban  unos y otros. San Juan quiere aclarar las cosas en su evangelio.
En el libro de los Hechos encontramos otros datos que corroboran esto. Un judío llamado Apolo, que conocía muy bien las Escrituras,  llegó a Éfeso. Este hombre era “ferviente de espíritu, hablaba y enseñaba exactamente lo referente a Jesús, aunque solo conocía el bautismo de Juan”. Predicó en la sinagoga y cuando lo oyeron Priscila y Aquila lo tomaron aparte y le expusieron con mayor exactitud el camino de Dios (…) Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llego a Éfeso y encontró algunos discípulos y les dijo:“¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe?” Ellos contestaron: no hemos oído ni siquiera que hay Espíritu Santo. Y él les dijo: ¿Pues qué bautismo habéis recibido?  Ellos dijeron “El bautismo de Juan” (Hechos de los Apóstoles 18, 24-28 y 19, 1-7)
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: « ¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Era una pregunta clave. La llegada del Mesías, anunciado desde varios siglos antes, hubiera supuesto un cambio radical en la Historia de Israel. Hubiera supuesto el comienzo de la liberación. Es verdad que Juan Bautista no reunía algunos requisitos que debía tener el mesías anunciado, pero otros rasgos sí podían prestarse a confusión, por ejemplo el mesías saldría del desierto de Judá, donde vivía Juan, e invitaría a la conversión, como hacía él.
Le preguntaron: « ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
Ya dijimos el domingo anterior  que creían que Elías no había muerto sino que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego. Los rabinos del tiempo de Jesús predicaban que cuando Elías volviera de nuevo a la tierra invitaría al pueblo a la conversión y le reprocharía su infidelidad; anunciaría la venida del Mesías,  lo consagraría y lo presentaría ante el pueblo. Era muy importante saber si Juan era en realidad Elías, que había vuelto a la tierra.
Él dijo: «No lo soy.»
« ¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Hacía cinco siglos que no aparecían profetas en Israel y en la memoria histórica quedaba el recuerdo de los grandes profetas, como Isaías o Jeremías, que mantuvieron la fe del pueblo en etapas muy difíciles. En ese momento, dominados por los romanos, la llegada de un profeta, “del profeta”, hubiera sido un horizonte de esperanza y una muestra de la cercanía de Dios.
Y le dijeron: « ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
El texto de Isaías al que hace alusión es este: Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor" (Isaías 40, 3-4)
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
La pregunta tenía sentido. Los levitas eran los especialistas del culto, de los ritos y las celebraciones; su  presencia en el grupo que interroga a Juan muestra el interés por saber si alguien ha osado inventarse un rito nuevo, al margen de los ritos oficiales. Si Juan se había  atrevido ¿con qué autoridad lo había hecho?

Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Se creía que el Mesías, cuando viniera, antes de aparecer púbicamente, estaría oculto por un tiempo, en un lugar desconocido. Juan se sitúa en esta tradición. Calzar y descalzar a una persona, incluso custodiar el calzado,  era tarea de esclavos; no suponía ningún honor, al contrario. Juan se abaja, mostrando con este ejemplo de su tiempo la grandeza y la superioridad de Jesús.
Podemos preguntarnos ante el evangelio de hoy: ¿qué nos dice para nuestra vida? ¿No estamos en unas claves muy diferentes a las de Juna Bautista? Podemos reflexionar este domingo sobre algo muy importante para nuestra vida cristiana: estamos rodeados de personas que se creen el Mesías, que nos ofrecen “salvaciones” de todo tipo, desde el envejecimiento hasta el aburrimiento. ¿A cambio de qué? De la esclavitud. 

Juan Bautista, ayer y hoy, nos pide que estemos alerta, despiertos, velando, que en medio de nosotros está Jesús de Nazaret, Jesucristo, que nos ha bautizado con Espíritu Santo y nos ofrece la salvación. Pero no es fácil reconocerlo en cada rostro que está a nuestro lado.
Marifé Ramos

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