El evangelio de este domingo nos invita a meditar sobre nuestro
encuentro con Jesús.
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y,
fijándose en Jesús que pasaba, dice: -«Éste es el Cordero de Dios.»
Estamos en el capítulo 1 del evangelio de san Juan; no nos han
dicho nada del nacimiento de Jesús ni de su infancia y, de golpe, entramos en
este texto en el que nos presentan a Jesús a través del testimonio de algunos
discípulos.
Dar testimonio significa decir lo que hemos visto y oído.
En estos tiempos vemos y oímos tantas cosas a lo largo del día que
difícilmente
podemos comprender la importancia del testimonio. En tiempos de Jesús, como ya
hemos dicho otras veces, bastaba que dos varones dieran el mismo testimonio
sobre algún hecho para que se considerara cierto. A través del testimonio se
podía liberar o culpar a alguien, incluso castigarle con la pena de muerte.
San Juan Bautista tuvo muchos discípulos; en algunas zonas fue
más conocido que el propio Jesús. Ahora el evangelista nos presenta a
discípulos de Juan que pasan a ser discípulos de Jesús. Este gesto era muy
importante en las primeras comunidades, era como una invitación a hacer lo
mismo, un guiño a los discípulos de Juan (que ya había muerto hacía años) para
que se incorporaran a las comunidades cristianas.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Él
se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
-« ¿Qué buscáis?»
A lo largo de los cuatro evangelio muchas veces nos presentan a
Jesús preguntando, incluso haciendo preguntas en lugar de dar respuestas.
Actualmente la pedagogía nos invita a hacer lo mismo: suscitar
muchas preguntas, en lugar de dar respuestas ya hechas.
Hoy el evangelio nos invita a preguntarnos con toda seriedad: ¿Qué
busco? ¿Qué buscamos? Y
si seguimos “tirando del hilo” deberíamos preguntarnos también: Lo que busco
¿me hace feliz? ¿Dónde está el origen de nuestra frustración e insatisfacción?
¿Qué busca la gente que nos rodea? ¿A dónde les conduce esa búsqueda?
Ellos
le contestaron:- «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: -«Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel
día; serían las cuatro de la tarde.
El lugar donde vivimos y nuestro estilo de vida expresan
claramente rasgos de nuestra identidad. Pensemos en diferentes estilos de vida
que conocemos, en los que más nos gustan y en los que nos producen mayor
rechazo.
En tiempos de Jesús había hombres, considerados maestros;
quienes querían aprender y ser sus discípulos pedían permiso para vivir con
ellos un tiempo. Quienes acaban de conocer a Jesús quieren conocer
también su estilo de vida. Es una forma de decirnos que quieren
aprender a ser discípulos.
El hecho de señalar la hora es muy importante: es
la hora del encuentro que cambia su vida. No se refiere a una hora cronológica
(de reloj, como diríamos ahora) sino al tiempo vivido como kairós: es la hora de Dios, el momento
oportuno que no dejaron escapar.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a
Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
-«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Desde el punto de vista histórico no es posible que alguien que
se acaba de encontrar con Jesús de Nazaret pudiera llamarle Mesías, Cristo,
porque era un título que se le dio después de la resurrección. Era un título
post pascual. El evangelio de Juan no quiere poner el acento en una crónica de
los hechos que ocurrieron sino en presentarnos adiferentes personas que “se rinden” al encontrarse con
Jesús y le siguen. Le reconocen como su salvador.
El evangelio de hoy es una catequesis sobre el encuentro con Jesús. Y quien lo encuentra da testimonio a
su alrededor para que otras personas se encuentren también con él. Más que un
hecho histórico pasado nos invita a ver un horizonte, a percibir una llamada:
todo encuentro con Cristo desemboca en evangelización, en testimonio.
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: -«Tú
eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
El nombre tenía mucha importancia en la cultura judía. Podía
expresar el deseo de los padres, el rechazo, o ser símbolo de algo. No se
ponían los nombres a lo tonto. En el texto quieren resaltar que el
encuentro con Jesús fue de tal hondura que Jesús cambió la identidad de Pedro. Y ese cambio de identidad, que
en realidad se dio a lo largo de muchos años, se expresa en el cambio de
nombre. Algo semejante ocurre ahora cuando a una persona le dan una nueva
identidad (por ejemplo porque es perseguida y al darle un nombre nuevo le dan
una nueva oportunidad).
Seguir a Jesús es una experiencia tan honda y globalizante que
es “como recibir un nombre nuevo” (como nacer de nuevo, le dijo Jesús a
Nicodemo). ¿Qué nombre
nos daría hoy Jesús, para expresar el sueño que tiene sobre nuestra vida?
Marifé Ramos
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