Dibujo: Fano
Con un lenguaje y unos signos que pueden chocarnos en un primer momento, el evangelio de hoy nos empieza a desvelar la identidad de Jesús. Es, desde el principio, el maestro que habla con autoridad, hasta tal punto que asombra a los que le escuchan: “¡Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen!”
Hoy, al escuchar este texto podemos
preguntarnos, ¿Qué autoridad damos en nuestra vida a Jesús? ¿Hemos descubierto quien es y por qué su Palabra es la única que puede salvarnos? ¿O seguimos “dando autoridad” a tantas voces que nos gritan lo que debemos tener, lo debemos pensar o decir?
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm,
Era una población que estaba situada en la orilla noroeste del lago de Genesaret (llamado también mar de Galilea, aunque no era un mar sino un lago grande). Jesús se refiere a ella como su ciudad (Mateo 9,1). Estaba ocupada por soldados romanos y servía de frontera entre los territorios de dos hijos de Herodes, llamados Herodes Antipas y Herodes Filipos. Allí hizo Jesús muchos milagros, pero maldijo este lugar por la dureza de corazón de la gente, a pesar de haber visto tantos prodigios (Mateo 11, 23-24)
Marcos nos está diciendo que, en cuanto llamó a los discípulos (texto del evangelio de la semana pasada) se fue a predicar a su gente, y para eso se dirigió al lugar sagrado de la zona: la sinagoga.
Y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
En el evangelio de Marcos encontramos tres veces a Jesús en la sinagoga. La tercera vez fue a la sinagoga de Nazaret (6,2-6) y allí se maravilló de la incredulidad de sus vecinos; Jesús experimentó que un profeta sólo es despreciado en su pueblo, entre sus parientes y en su casa. Después de este episodio Marcos no vuelve a presentarnos a Jesús en ninguna otra sinagoga, sino entre la gente. Y más tarde en el templo de Jerusalén.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: « ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
¿Es posible que la gente se preguntara quién era Jesús y sólo lo supiera quien estaba poseído por el mal? Un hombre con un espíritu inmundo era lo opuesto a una persona de fe. Se suponía que era alguien que, movido por el espíritu del mal, se oponía al reino de Dios. Por eso este pasaje nos puede resultar muy extraño para nuestra mentalidad y tenemos que leerlo en el contexto del evangelio de Marcos, que quiere darnos una pista muy importante:
Una de las características de este evangelista es “el secreto mesiánico”, es decir, Marcos insiste en que si se descubría quién era Jesús, antes de tiempo, su misión podía echarse a perder. Sólo cuando mucha gente se preguntó: “¿Quién es éste?” y Pedro afirmó: “Tú eres el Cristo”(8, 27) se desveló una dimensión importante de la identidad de Jesús. Pero el silencio sobre su persona debía mantenerse hasta que Jesús no viviera la muerte y resurrección.
Por eso, a partir de la confesión de Pedro, Marcos nos presenta tres escenas en las queJesús revela a sus discípulos que debe sufrir y morir (el número tres hace alusión a que lo anuncia reiteradas veces), causando escándalo a quienes le escuchaban. Cuando Pedro quiso disuadir a Jesús de seguir este camino, Jesús le dijo: “Apártate de mí, Satanás” (8, 31-33)
En el relato de la transfiguración (9, 2-13) Jesús se experimentó Hijo Amado, aunque en el horizonte de su vida estuviera la posibilidad de morir como un malhechor. De nuevo, Marcos nos dice que Jesús pidió que se guardara el secreto.
¿Hasta cuándo habría que guardarlo? El evangelio nos dice hasta que un centurión romano, pagano, al pie de la cruz proclamó: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (15,39) Es decir, la muerte de Jesús, el verle colgado de un madero, a las afueras de la ciudad, como un malhechor, es lo que permite descubrir su verdadera identidad, loque despierta la fe para reconocerlo y proclamarlo como Hijo de Dios. Por eso nada más empezar a predicar en Cafarnaúm no se podía proclamar quién era. Y era intolerable que un espíritu inmundo echara a perder su misión.
Hoy no utilizaríamos esos recursos para ir desvelando la identidad de Jesús, por eso es importante conocer, o recordar, las claves que utiliza Marcos, para captar la perla preciosa que se esconde en cada texto del evangelio dominical, aunque el envoltorio literario nos resulte extraño.
Todos se preguntaron estupefactos: « ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Marcos no pone el acento en el contenido de lo que dijo Jesús, sino en la autoridad de sus palabras. La gente estaba acostumbrada a escuchar a los escribas que, aunque actuaran con buena voluntad, se enredaban en la explicación puntillosa de la ley, poniendo más el acento en sus propias explicaciones que en la coherencia de su vida, como les reprochó Jesús muchas veces.
El hecho de que hubieran estudiado la Ley, en medio de una sociedad mayoritariamente analfabeta, les daba autoridad, por eso se les llamaba también doctores de la Ley o maestros. Como hacía siglos que no habían surgido profetas en Israel, los escribas se habían convertido en guías morales y espirituales del pueblo.
La gente se sorprendía de que un hombre, que no era escriba, pudiera tener tanta autoridad en lo que decía. Varias veces en el evangelio le preguntan a Jesús con qué autoridad habla y actúa. Y él remite a la autoridad que le da ser el Hijo amado, que ha venido a dar testimonio de lo que ha visto y oído. Por eso el evangelio de Marcos acaba diciendo que, cuando Jesús fue “elevado al cielo”, sus discípulos fueron por todo el mundo a contar lo que habían visto y oído. Esa es la raíz del testimonio cristiano y de la evangelización.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Marcos empieza su evangelio presentándonos a Jesús en medio de una popularidad creciente. Tras el episodio de Cafarnaúm su fama se extiende por Galilea, pero Jesús no se deja enredar por el éxito y busca tiempos y espacios de silencio, soledad y oración.
Marifé Ramos
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