viernes, 24 de abril de 2015

Evangelio Domingo 26 de Abril - Para profundizar

4º Domingo de Pascua – Ciclo B



En tiempos de Jesús multitud de rebaños formaban parte del paisaje. No sólo eran fuente de alimentación, sino que la leche y la lana eran elementos necesarios en la vida cotidiana de la población. Además, los corderitos eran imprescindibles en la celebración anual de la pascua y en las ofrendas que se llevaban al templo de Jerusalén.
Si queremos que
en la escuela y en la catequesis se comprenda la hondura de este texto tenemos que encontrar las figuras que hoy evoquen algo semejante al rebaño y el pastor, para que el texto sea significativo para los niños y niñas.
¿Puede ser el perro-mascota de la familia? ¿O podemos hablar de lo que ocurre en un albergue para animales abandonados, con hombres y mujeres que los cuidan y atienden gratuitamente?
Busquemos el ejemplo apropiado para nuestro ambiente, en el caso de que un buen pastor y un rebaño no sean clave en la cultura en la que nos movemos.  El caso es destacar una relación de afecto profunda y unos cuidados amorosos que hacen que un animalito se sienta tan seguro y cuidado que no quiera irse de nuestro lado, pase lo que pase. 
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Ya hemos comentado en otros textos que ser pastor en Israel era una profesión desprestigiada. Los salarios eran bajísimos; a veces los pastores tenían que contentarse con recibir el pan de cada día, lo que hacía imposible llevar un salario a casa. Por eso no era raro que, de vez en cuando, se llevaran un cordero del rebaño y echaran la culpa al lobo. Muchos pastores tenían fama de ladrones.
En el caso de que el lobo atacara de verdad al rebaño ¿merecía la pena jugarse la vida por unas ovejas que no eran suyas, y por mantener la riqueza de un dueño que les pagaba poco y mal? Evidentemente, no. Mejor huir, como sugiere el evangelio.
Como vemos, Jesús recogió un ejemplo real, cotidiano, que enganchaba a la gente de su tiempo para invitarles a que vieran más allá, a que comprendieran algo del Reino de Dios  a partir de la imagen habitual de los rebaños. ¡Educar esta mirada profunda, contemplativa, es clave en el ámbito educativo!
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
El verbo conocer, en el evangelio, no se refiere a tener datos, informarse de algo. Sugiere un conocimiento profundo (como el que se puede dar en un matrimonio). No nos quedemos con la imagen de quien echa un vistazo por encima y se hace una idea. El buen Pastor nos conoce con la misma profundidad con la que se conocen el Abbá y Él.
Por eso, sería bueno trabajar algunas palabras que implican ser buen pastor en el contexto bíblico: conducir, cuidar, buscar agua y pastos, proteger de las alimañas y los peligros, ayudar a parir o a nacer, llevar en los brazos, cuidar las heridas, devolver al redil…
No debemos olvidar que el Antiguo Testamento nos ofrece toda una reflexión sobre la importancia de los pastores como figuras agradables a Dios, por ejemplo: Adán, Abraham, Jacob, Moisés, David, etc., y los contrapone a otras figuras de cazadores, que representan la violencia, la trampa, etc.: Caín, Esaú, etc.
Además hay libros, como el del profeta Ezequiel que tienen una teología muy rica a partir de la imagen del rebaño y el pastor. Este profeta recuerda que hay ovejas que no tienen pastor (lo mismo que encontramos en Mateo 9,36) y Dios mismo vendrá a cuidar el rebaño.
¿En qué consistirán esos cuidados? En que buscará a la oveja perdida y el Señor suscitará al único pastor, un hijo de David. Con él llegará una lluvia de bendiciones. Como vemos, cuando Jesús dice Yo soy el buen pastor… está haciendo alusión a una teología del Antiguo Testamento que sus oyentes y las primeras comunidades conocían muy bien, porque oían esos textos y oraban con ellos.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
En tiempos de Jesús, los oyentes podían preguntarse ¿Cómo traer ovejas que no son de mi redil, puesto que tienen otro dueño? Solo era posible comprándolas o robándolas. Cuando se escribió este evangelio había muchas personas que se acercaban a las comunidades cristianas para conocer el mensaje de Jesús. Se acercaban judíos, griegos, romanos, paganos, agnósticos… ¡Gente de otros rebaños! Este llamamiento para que se formara un solo rebaño y un solo Pastor era muy urgente y necesario.
Hoy, la imagen de un cristianismo dividido en tantas parcelas,  es un anti testimonio para la humanidad y una llamada para que el diálogo ecuménico continúe y se reavive.
En otro texto del evangelio nos hablan de una oveja que se ha alejado del rebaño y estando sola corre peligro, hasta que el pastor la busca y la rescata. Esa imagen alude a quienes se alejaban de la comunidad y pronto quedaban enredados en sectas o en un tipo de vida inmoral, opuesto al mensaje de Jesús.
En el evangelio de hoy se nos invita a reflexionar sobre las personas que si conocieran el amor con el que el buen Pastor trata a cada una de sus ovejas y cuida de ellas no dudarían de formar parte de ese rebaño afortunado. Algo semejante ocurre cuando un grupo tiene atractivo para los jóvenes, no hace falta convocarles  porque ellos piden formar parte de ese grupo.
Leyendo el texto queda claro que lo importante no es el número de ovejas que tenemos en los rebaños (ni en la clase de religión, ni en la catequesis ni en los grupos eclesiales…) sino que nuestro talante se parezca lo más posible al del buen Pastor, para que cualquier “rebaño” esté tan cuidado, tan atendido, que las ovejas dispersas, heridas, maltratadas o perdidas quieran y puedan formar parte del rebaño.
Cuidar el rebaño no significa que todas las ovejas sean iguales, que balen al mismo tiempo o que sólo balen cómo y cuándo diga el pastor. Y la historia nos puede ofrecer muchas muestras de este error.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Esta clave es fundamental. Nacemos con un deseo ilimitado de apropiación. Es fácil que los niños y niñas se den cuenta de ello si les decimos que si les regalaran todo lo que quisieran de un gran almacén ¿qué se llevarían? O, dicho de otro modo ¿dejarían algo?
Según vamos creciendo vamos siendo capaces de dar y darnos, siempre reservándonos cosas, cualidades, exceptuando personas, etc. La gran entrega es la propia vida, porque es lo más valioso que tenemos.
Podemos entregarla día tras día, y podemos ponerla en las manos del buen Dios como una ofrenda, en un acto consciente y libre. En este caso, cuando llegue la muerte física (anunciada o por sorpresa), no nos quitará una vida que ya ha sido entregada, simplemente sellará nuestro paso por la vida terrenal.
Entregar la vida nos abre la posibilidad de un segundo nacimiento, como le dijo Jesús a Nicodemo. Es como empezar a vivir, pero conscientes de que en esta segunda etapa todo queda en las manos de Dios y vivimos –nos desvivimos- hasta el día de que a cambio de la vida recibamos la Vida.


Marifé Ramos- Juglares del Evangelio











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