viernes, 10 de abril de 2015

Evangelio Domingo 12 de Abril - Para profundizar

2º Domingo de Pascua – Ciclo B


Diujo: Fano

 “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
 El domingo se convirtió para las primeras comunidades en el primer día se la semana,  y empezaban a celebrarlo el sábado al anochecer. Los cristianos fueron comprendiendo progresivamente que no tenían que cumplir el sábado (como cuando eran judíos) ni ir a la sinagoga, sino que debían reunirse  en las casas para escuchar las escrituras y partir el Pan. 
A pesar de
que habían pasado muchos años desde la muerte de Jesús, el miedo seguía estando presente en muchos hombres y mujeres bautizados y en sus  comunidades. Había persecuciones en Roma y en Jerusalén y quienes se bautizaban podían perder la vida.  

 Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Si nos quedamos en su sentido literal, este texto no nos dirá nada ahora. El evangelio nos remite a la presencia de Jesús en medio de la comunidad que se reunía y se reúne el domingo en su nombre.
Podemos imaginarnos lo que supuso el hecho traumático de la pasión y el impacto de los relatos de quienes la presenciaron y la contaron. Jesús había prometido varias veces la paz y ahora la comunidad experimenta el cumplimiento de esa promesa.
 Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
 Los evangelios recuerdan varias veces que Jesús se presentó como portador de una paz especial, una paz que no era como la que ofrecía el mundo. También las comunidades cristianas tuvieron miedo y experimentaron que la presencia de Jesús les llenaba de paz. Frente a la tentación de quedarse reunidos, recordando, experimentaban el envío.
 Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
 Nos evoca una nueva creación. Con la imagen del aliento nos dice el Génesis que empezó todo, sin el aliento sólo había barro de la tierra. El evangelio de Juan nos habla del nuevo “aliento” que nos permite vivir conducidos por el Espíritu y experimentando el perdón.
 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo»
 No sólo Judas desentonó en el grupo de los doce. Hoy el texto nos habla de la actitud de Tomás que, en realidad, es una catequesis que refleja como un espejo lo que encontramos en nuestro propio corazón. No se puede tocar al Resucitado, porque no es un muerto viviente, pertenece a otra dimensión espiritual. Pero sí podemos “tocar” nuestra falta de fe y ponernos mil excusas y buscar justificaciones.
Hace dos mil años había dos caminos seguros para conocer la realidad: los cinco sentidos y el testimonio de gente autorizada. En toda compra y venta, se tocaba el género y se miraban bien las características de los objetos. Si Tomás quería estar seguro de que Jesús estaba vivo tenía que hacerlo con los medios habituales  de su tiempo:tocando y viendo.
 A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío!»
 Pero la experiencia cristiana tiene un fundamento diferente: es un don de Dios que irrumpe en nuestra vida sorprendiéndonos. La comunidad estaba reunida una semana después (de nuevo el primer día de la semana), y Jesús se hizo presente una vez más, llevando su paz. Entendió perfectamente la pobreza y las dificultades de Tomás y de cada uno de nosotros y le ayudó.  
Con la confesión de fe de Tomás culmina el evangelio de Juan, no hay nada que añadir.Si llegamos a confesar desde el fondo del corazón: “Señor mío y Dios mío” es como si hubiéramos llegado a la meta.
 Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”
 Una vez más el texto del Evangelio nos invita a la confesión de fe. Pero no de boquilla, sino como experiencia profunda que nos reaviva. Por eso las primeras comunidades compartían el testimonio de que Jesús estaba vivo y les comunicaba vida.
El evangelio no es la historia de un muerto viviente, sino la experiencia personal y comunitaria de que la cruz no fue el final de un proceso sino que, más allá de lo que vieron y oyeron en la pasión, la presencia de Jesús resucitado en las comunidades era una fuente constante de vida. Y merecía la pena invitar a experimentarlo a quienes se acercaban a ellas con miedo o una fe débil.

Marifé Ramos - Juglares del Evangelio

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