Este domingo terminamos la primera etapa del “tiempo ordinario” y también la primera etapa de la lectura continuada de Marcos, el próximo miércoles celebraremos el miércoles de ceniza y con él empezamos la Cuaresma.
Nos encontramos en el evangelio de hoy con la curación de un leproso. Marcos, con palabras sencillas y entrañables, nos desvela cómo es y cómo reacciona el corazón de Jesús, y
al mismo tiempo deja entrever cómo es el corazón de nuestro Dios.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Nos presenta una imagen inaudita en tiempo de Jesús. Nadie, y menos un leproso se postra delante de un varón marginal, como era Jesús, buscando su curación. Un leproso sabía que tenía severamente prohibido acercarse a ninguna persona sana y más aún a un grupo de personas.
La lepra era considerada una enfermedad de la piel muy contagiosa. En aquellos tiempos las enfermedades de la piel eran abundantes, debido a la falta de higiene. Los que tenían alguna dolencia de piel y poseían dinero solían acudir a los médicos de Grecia, a los que consideraban más preparados para curarlas. La mayoría, ante los primeros síntomas de enfermedad en la piel eran declarados leprosos y apartados de los demás, por miedo al contagio. De forma que si no era leproso aún, terminaba siéndolo.
Por otra parte toda enfermedad, pero esta especialmente, se tenía como castigo de Dios. De forma que un leproso era un enfermo, pero además un maldito, alguien que, según la mentalidad reinante “habría hecho algo para merecerlo”, un “impuro”. Podemos remitirnos al Antiguo Testamento, para entender mejor, lo que significaba para Jesús y sus seguidores un leproso. Lo tenemos muy claro en la primera lectura de hoy: Levítico 13,1-2.44-46.
Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
Marcos nos habla expresamente de los sentimientos de Jesús, chocantes e impensables para un judío. Ante un leproso los judíos sentían asco, repugnancia y miedo a ser contagiados. Por eso es tan sorprendente que Jesús “sienta compasión”, que se le conmuevan las entrañas, lo más profundo de su ser ante el dolor de este leproso. Jesús, como buen judío no “tiene por qué sentir compasión”. Está rompiendo los esquemas, lo establecido.
La ley prohibía tocar a un “impuro”. A Jesús su compasión le lleva a tocar al leproso, sobreponiendo esta a una ley que margina al enfermo y aun al miedo al propio contagio. ¿A dónde nos lleva a nosotros la compasión?
También nos expresa con toda sencillez la voluntad de Jesús: “Quiero, queda limpio”. Algo también absolutamente transgresor; si un leproso es una persona castigada por Dios, no tiene sentido querer curarla. Si, como ellos pensaban se lo ha merecido, ¿Quién va a enmendar la plana a Dios? En este contexto la expresión de Jesús descoloca a los que le escuchan, rompe sus esquemas, cuestiona la imagen que se han hecho de Dios. ¿De qué Dios nos está hablando? ¿De un Dios que castiga para siempre o de un Dios que perdona al que se lo suplica? ¿No será que Dios quiere dar también una segunda oportunidad al leproso, como a todos?
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
La lepra era una enfermedad que marginaba, expulsaba a la persona de la comunidad. Era el sacerdote el que decidía si una persona tenia lepra o, como en este caso, si estaba curada. Solo si el sacerdote lo certificaba, el enfermo podía ser readmitido en la comunidad. Además se le invitaba a hacer una ofrenda al Señor, como señal de agradecimiento.
La intervención de Jesús, su compasión, no se paran en la curación del enfermo, busca el que sea de nuevo admitido en la comunidad, porque vivir integrado en la comunidad es un signo de estar curado.
Algo parecido podemos ver hoy con los enfermos de ébola. Son separados del pueblo e incluso de otro tipo de enfermos por miedo al contagio, son aislados, unas veces atendidos otras muchas abandonados por falta de medios. Si un enfermo de ébola es curado, en Liberia o Sierra Leona, necesita el certificado oficial del médico o del hospital, para poder ser admitido en la población. Aun con él muchas veces el miedo hace que nunca más vuelvan a ser tratados como antes. ¿Qué “certificados” pedimos a veces a otras personas para integrarlos entre los nuestros? ¿A quienes marginamos?
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
En la línea que ya hemos visto del “secreto mesiánico” del evangelio de Marcos, Jesús no quiere que se divulgue su fama, porque eso podría ocasionar que la gente entendiera su mesianismo como un proyecto guerrero, como esperaban muchos. Pero el leproso no puede callar, sino todo lo contrario: de hecho, el que ha sido salvado por Jesús es imposible que calle, y lo pregona “con grandes ponderaciones”. Toda una lección para que se diera testimonio en las primeras comunidades.
Esto trae como consecuencia la fama creciente de Jesús, la explosión de entusiasmo que despierta en toda Galilea, como algo imparable.
Pero por otra parte, se empieza a vislumbrar que sus obras y palabras tienen mucho mayor alcance que “auxiliar” a un enfermo o sentir lástima del que sufre. Cuestiona el “orden” establecido, la imagen de Dios… Por eso Jesús levanta sospechas, hay quien le empieza a ver como una amenaza y esto le traerá como consecuencia el desenlace de la cruz.
Precisamente a los pies de la cruz es donde Marcos pone en boca del centurión extranjero “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” Solo entonces se puede revelar plenamente el misterio de Jesús.
Marifé Ramos (juglares del Evangelio)
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