Dibujo: Patxi Velasco
Este domingo celebramos el día de los difuntos. Recordamos a todas las personas a las que nos hemos sentido muy unidas y que hoy no están junto a nosotros. Frente a esta realidad dolorosa, el evangelio nos trae un mensaje de ánimo y esperanza, central en nuestra fe: después de la muerte Dios nos espera, nos ha preparado un hogar, una morada junto a Él. Todo lo tiene a punto, como Abbá cariñoso, para que nuestra VIDA sea plena y para siempre.
El texto se sitúa en
el marco de los discursos de despedida en la Última Cena. Es evidente que Jesús no fue amigo de largos discursos, pero Juan consideró que era mejor recopilar varias enseñanzas de Jesús y presentarlas en este marco final de la despedida, en el que sus palabras y sus gestos cobraban mayor densidad e importancia.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Ya hemos comentado en otras ocasiones que, en tiempos de Jesús, el corazón no representaba únicamente la dimensión afectiva sino toda la persona, tanto su interioridad como su libertad y la toma de decisiones. En los versículos anteriores al del domingo de hoy Jesús se estaba despidiendo de sus discípulos y Pedro le preguntó:
-“Señor, a dónde vas?”
Jesús le contestó:
-“A donde yo voy no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde”.
Es evidente que la posibilidad de que Jesús se fuera de su lado debió despertar muchas veces un sentimiento de miedo en los discípulos y discípulas. Ese miedo se podía expresar con la frase: su corazón temblaba porque podían perder a su Señor.
Pedro se había adelantado ofreciéndose a dar su vida por Jesús. Pero él no el salvador, ni quien tenía que dar la vida en ese momento, sino que era Jesús el que al dar su vida abría un camino nuevo para la humanidad. Por eso Jesús colocó en su sitio a Pedro.
El texto del domingo de hoy nos recuerda que es Jesús el que nos muestra al Abbá y nos lleva a su presencia. Es Jesús quien se convierte en camino, en la medida en que todas sus palabras y acciones nos ayudan a dar pasos, no sólo acercándonos a Dios,sino descubriendo al Dios que nos habita.
Tiene mucha importancia ese “camino de ida y vuelta” expresado con los verbos “me voy” y “vuelvo” porque se refieren a la experiencia que tuvieron las comunidades antes y después de la Pascua.
Tomás le dice:
- Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
- Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Era habitual utilizar este recurso literario: simular que alguien hacía una pregunta para tener la ocasión de explicar algo en forma de respuesta. A lo largo del evangelio encontramos muchas veces este recurso. Evidentemente la respuesta no se dirigía sólo a Tomás, sino a los apóstoles, los discípulos, las primeras comunidades y cada uno de nosotros hoy.
En tiempo de Jesús conocer el camino era muchas veces la garantía de llegar a feliz término en un viaje, librándose de bandidos y de accidentes. Pensemos en la cantidad de caminos que había y las pocas señales que los indicaban. No había GPS. Perderse en la oscuridad o en medio de una tormenta y llegar a unas cañadas oscuras, en lugar de la aldea a la que se dirigían, era una experiencia muy peligrosa.
En una sociedad en la que había mucho analfabetismo ¿cómo saber quién decía la verdad entre los maestros auténticos y los falsos maestros? Hoy tenemos muchos medios para poder contrastar una información y saber si es verdadera o falsa, antes no.
Hoy podemos saber qué es lo que nos da vida o nos la quita. El evangelista san Juan nos presenta a Jesús con unas claves muy importantes en su tiempo: Jesús era la referencia segura, era la persona en quien podían depositar su confianza, porque no sólo era hijo de Dios, sino el camino para llevarnos hacia Dios y crecer como hijos amados.
Marifé Ramos "Juglares del Evangelio"
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