domingo, 1 de noviembre de 2015

Evangelio Domingo 1 de Noviembre de 2015 - Para profundizar

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
En tiempos de Jesús creían que Dios habitaba en lo alto del firmamento y desde allí “bajaba” a encontrarse con la gente, especialmente en lo alto de los montes (por ejemplo, en el Sinaí); “subir al monte” es
una manera de decirnos que va a un lugar que facilita el encuentro con Dios.
También en ese tiempo los maestros se sentaban para enseñar, y los discípulos se situaban alrededor para escuchar atentamente y aprender. Mateo nos sitúa a Jesús como un Maestro que va a enseñar algo importante sobre Dios a sus discípulos.

(...)
Como la palabra “bienaventurado” no se usa en el lenguaje coloquial, y menos en el de los más pequeños, es necesario buscar un sinónimo apropiado: felices, afortunados, contentos, dichosos, alegres, gozosos, satisfechos… Lo contrario sería: desgraciados, infelices…
No conviene hablar de cada una de las ocho bienaventuranzas por separado, porque todas ellas recogen la Buena Noticia de Jesús, son aspectos complementarios de su predicación. Es mejor utilizar la imagen de una autopista que tiene ocho carriles, y al avanzar hacia la meta vamos pasando de un carril a otro, eligiendo el más apropiado en cada situación. Es decir, Jesús nos invita a trabajar por la justicia, pero no de cualquier modo, sino con el corazón lleno de misericordia. Nos invita a tener el corazón limpio, transparente, sin doblez, y a trabajar con ese corazón por la paz. Y así sucesivamente.
En el Antiguo Testamento se habla muchas veces de las características de las personas bienaventuradas, ya sea utilizando esta palabra o alguno de sus sinónimos: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni va por el camino de los descarriados” (Salmo 1, 1). Este tema estaba presente entre los creyentes judíos y lo consideraban importante. Del mismo modo que actualmente hablamos bastante sobre el hecho de tener suerte en la vida.
San Lucas habla sólo de cuatro bienaventuranzas (6, 20-23) y cuatro imprecaciones o avisos que comienzan por “¡Ay de vosotros…!”
San Mateo nos ofrece bloque de ocho bienaventuranzas empieza y acaba con la misma expresión: poseer el Reino de los Cielos. Las ocho tienen también en común que se dirigen a “ellos”. Sin embargo la novena bienaventuranza se dirige a “vosotros”; es más concreta, indica mayor cercanía; es el modo de dirigirse san Mateo a los miembros de la comunidad que están viviendo esas situaciones.
Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
¿A qué justicia se refieren las bienaventuranzas? En tiempos de Jesús esta palabra se entendía como un conjunto de acciones, sobre todo dar limosna, orar y ayudar; se creía que quien los que las realizaban conseguían la salvación. Se llegó a cierto “exhibicionismo”. Jesús denunció a quienes ayunaban, se cubrían de ceniza y se mostraban así públicamente contratando a personas que tocaran la trompeta a su paso, para no pasar desapercibidos. Nos recordó muchas veces que lo que salva no es ese tipo de justicia, sino acoger y vivir la voluntad de Dios. En este texto la justicia es sinónimo de “vivir la voluntad de Dios”, que Jesús concretó en amar al prójimo como a nosotros mismos y cómo Él lo amó.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Resaltamos la expresión “cuando os persigan por mi causa…”. En tiempos de persecución esta bienaventuranza reavivaba la esperanza. La causa de Jesús es la causa de la dignidad humana.
¿Cómo podemos vivir a diario las bienaventuranzas? Anclando experiencias, es decir, cada vez que tengamos experiencia de estar viviendo una de esas actitudes que nos dice Jesús conviene que nos paremos y tomemos conciencia de ella, respiremos profundamente y dejemos que se nos grabe en lo más hondo.
Vivir las bienaventuranzas es el horizonte, la meta, y puede parecernos demasiado lejana. Pero ser conscientes cada día de la cantidad de experiencias de bienaventuranza que vivimos es posible y nos ayuda darnos cuenta de cómo caminamos hacia la meta y a qué paso.
¿Quiénes han sido capaces de vivirlas? Es imprescindible presentar la vida de gente concreta, cercana (del colegio, familia, barrio, parroquia…) que han destacado por su dulzura, por estar llenos de paz, por trabajar por la justicia, por vivir sin mentiras ni dobleces. Han sufrido incomprensiones y persecuciones, pero si vivimos así, como ellos y ellas… ¡seremos personas bienaventuradas!

Marifé Ramos - Juglares del Evangelio

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