viernes, 6 de marzo de 2015

Evangelio Domingo 8 de Marzo - Para profundizar


            Hace unos meses, en los últimos domingos del tiempo ordinario, se nos presentaba este mismo evangelio. Su explicación es, por tanto, la misma. La vuelvo a incluir con algunas modificaciones.
Podemos escucharlo y acogerlo, dentro del tiempo de cuaresma, fijándonos en otros aspectos. Uno puede ser, como nos sugiere el dibujo, pararnos a pensar en ese afán de comprar, vender, contar y asegurarlo todo. Dios es gratuito y lo suyo es “regalarnos” lo que necesitamos, por eso
hablamos siempre de sus dones. ¿Por qué no aprovechar esta cuaresma para cortar esa dinámica en nuestra vida?
Otro, mirando al templo del que nos habla el evangelio, preguntarnos ¿Qué estamos haciendo con los templos? ¿En qué los hemos convertido?
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Muchos salmos reflejan la alegría del pueblo cuando iba en peregrinación al templo, una vez al año, desde todos los confines de Israel. Iban a celebrar la Pascua, es decir, a recordar y revivir la experiencia de liberación que sus antepasados había tenido siglos antes y a dar gracias a Dios. Podemos recordar esta experiencia leyendo  Éxodo 12 y 13.

Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
No debemos leer este texto como un hecho aislado en la vida de Jesús, sino en relación con muchas otras intervenciones y enseñanzas sobre el templo que encontramos en los cuatro evangelios. Vamos a recordar algunas.
San Lucas nos dice que Jesús por el día enseñaba en el templo y salía a pasar la noche en el monte de los olivos (Lucas 21,37). También se fijó en la viejecita que echaba una limosna que para ella suponía todo su sustento. A la mujer samaritana le dijo que había llegado la hora de que no adoraran al Padre ni en el monte ni en el templo, sino en espíritu y en verdad.
- Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Tenía que causar una impresión muy desagradable ver que el templo, lleno de belleza y esplendor, se había convertido en algo similar a un mercado. Se vendían ovejas y bueyes para ofrecer en sacrificio y quemarlos sobre el altar. Creían que el humo que se elevaba hacia el cielo le agradaba a Dios. Vendían palomas y tórtolas para las personas más pobres, como recoge el texto de la presentación de Jesús en el templo (Lucas 2, 22-24).
También había muchas mesas con balanzas, en las que se cambiaba el dinero que llevaba la gente. Para echar limosna dentro del templo o para pagar las ofrendas (por ejemplo al nacer el primer hijo) sólo se podían utilizar las monedas que daban los cambistas, monedas especiales, “limpias” que sólo circulaban dentro del templo y no tenían el rostro del emperador grabado en ellas. Esas monedas no estaban contaminadas ni podían ser utilizadas en los negocios.  Mejor dicho eran utilizadas para aumentar “el negocio del templo”, que enriquecía  sobre todo a la casta sacerdotal.  
Salomón construyó el templo con todo el esplendor imaginable: maderas del Líbano, decoración con racimos de oro, etc. Y en medio del templo los sacerdotes colocaron el Arca de la Alianza y la tienda que la había albergado durante el tiempo en el que el pueblo la llevó consigo, cuando eran un pueblo errante.
“Al salir los sacerdotes de la zona considerada santa, una nube llenó la casa del Señor y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio religioso a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba la casa del Señor. Salomón dijo: “He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre” (1 Reyes 8, 10-13).
La santidad que emanaba del templo se extendía por toda la ciudad. El santuario era similar a la puerta del cielo. Pero dentro no sólo había un mercado sino un nido de corrupción y poder.
En el mismo pasaje del evangelio de Lucas leemos: “Jesús entró en el templo y comenzó a expulsar a los que allí estaban vendiendo. Le dijo: En las Escrituras se dice: “Mi casa es casa de oración” pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones” (Lc 19,45-46).
Ya el profeta Jeremías se situaba junto a una de las puertas del templo y denunciaba reiteradamente el uso que se hacía de él. Jesús expresa con vehemencia este mismo deseo de reservar el templo como un lugar de encuentro con Dios.
Hoy está muy bien que nos saludemos y nos interesemos unos por otros antes o después de la Eucaristía, pero si los templos dejan de ser espacios de silencio, recogimiento y oración muchas personas no tienen a su alcance espacios alternativos. El atrio y los salones parroquiales pueden ser el lugar de encuentro de la comunidad.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
- ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Esta frase equivale a otras que aparecen muchas veces en el evangelio: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? Es como pedirle a Jesús  que se identifique, que explique los motivos de su comportamiento, porque parece que está loco. Atentar contra el templo, por poco que fuera, era una auténtica locura y acarreaba la pena de muerte. El templo de Jerusalén no era como una de nuestras iglesias, era el lugar más sagrado del mundo conocido, era el lugar donde habitaba el mismo Dios.
Jesús contestó:
- Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
- Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Juan hace una lectura de los hechos tras la Pascua, tras la muerte y la resurrección de Jesús. El templo ya había sido destruido en el año 70 después de Cristo y las comunidades cristianas sabían que el tiempo del culto en el templo había finalizado. Ahora Jesús era como el nuevo templo, el nuevo lugar de encuentro entre los hombres y mujeres con Dios. Ya no hacía falta hacer sacrificios de animales. El pan y el vino eran los nuevos signos de encuentro entre la comunidad  y con Dios.
Es una lástima que olvidemos lo que san Pablo nos dice a cada uno: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu habita en vosotros?... el santuario de Dios es sagrado y vosotros sois ese santuario” (1Cor 3, 16-17) Podemos preguntarnos: ¿No habremos convertido también nuestro cuerpo/santuario en algo semejante a un mercado? ¿Qué “productos” nos esclavizan y nos impiden ver y reconocer la grandeza de nuestro cuerpo? ¿Qué patrones de belleza nos condicionan la mirada sobre nuestro cuerpo y el de las personas que nos rodean?

Marifé Ramos "Juglares del Evangelio"

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