Dibujo: Fano
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: « ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
La palabra ázimo significa que el pan estaba hecho sin levadura y recordaba la salida precipitada del pueblo cuando estaba en Egipto y se disponía a comenzar su marcha hacia la liberación. En la fiesta de
la Pascua se tomaba pan ázimo durante siete días, como símbolo que les ayudaba a recordar y revivir la experiencia de liberación que habían tenido sus antepasados.
La celebración de la Pascua era obligatoria salvo que tuvieran un grave impedimento (enfermedad, estar en la guerra, etc.) era uno de los medios privilegiados para que el pueblo recordara cómo Dios les estaba cuidando desde antaño. Fiesta querida y gozosa que nadie quería perderse.
La noche antes del 14 del mes de Nisán (para ellos el primer mes del año, que caía entre marzo y abril) cada familia debía sacrificar un cordero y comerlo con un ritual establecido.
En este caso Jesús y sus discípulos son como una familia que celebra la Pascua. Es impensable que esta fiesta la celebrasen solo un grupo de varones, sin mujeres y niños, porque era una fiesta con un profundo sentido de familia y de pueblo.
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Da la impresión de que Jesús es un adivino y el texto nos adelanta lo que va a ocurrir. En la literatura judía se está poniendo el acento en el hecho de que un maestro envía a dos discípulos con un encargo. La autoridad la tiene el maestro que quiere cumplir con los requisitos que exige la celebración de la Pascua. Hay dos discípulos, no uno, porque el número dos representa la colaboración. Recordemos, por ejemplo, en el envío que hace Jesús “de dos en dos”. Hoy diríamos que trabajaban en equipo.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.»
Es muy curioso que no se nombre ni el cordero ni otros platos tan imprescindibles en la cena pascual, como las hierbas amargas o el postre. El relato no se centra en la celebración de la Pascua sino en la eucaristía, en la que son esenciales las palabras y el gesto de Jesús. No se narra el desarrollo de la cena pascual judía, sino que el evangelista centra nuestra atención en la persona, las palabras y los gestos de Jesús.
En su tiempo con la palabra cuerpo se designaba algo muy diferente de lo que entendemos nosotros ahora. No se referían al conjunto de huesos y carne, sino que el cuerpo era la expresión completa y total de la persona.
El pan es el ser de Jesús, compartido y entregado hasta el extremo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
En la cena de Pascua se bebían cuatro copas de vino con las que se celebraban las acciones que recogen los cuatro verbos utilizados en el mensaje de Dios a Moisés (Éxodo 6, 6-7): los sacaré (de la opresión egipcia), los salvaré (del trabajo que esclaviza), los redimiré (con brazo tendido), los tomaré (vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios)
La cena comienza tomando una primera copa de vino en la que se bendice a Dios Creador del universo.
La segunda copa recuerda las diez plagas de Egipto y el sufrimiento de los egipcios cuando endurecieron sus corazones contra Dios. Se derrama una gota de vino, como símbolo de gozo, en medio del sufrimiento, mientras se recitan cada una de las diez plagas.
La tercera copa se toma después de la cena. Con ella se recuerda que marcaron con sangre de un cordero las puertas de las casas de los israelitas ante al paso del ángel exterminador en Egipto.
Tras la cuarta y última copa de vino de la noche, se recita la bendición final.
El evangelista subraya un matiz importante con la cuarta copa de bendición: Jesús compartirá ese vino nuevo en el Reino de Dios. La muerte no tiene la última palabra. Lo escribe cuando Jesús ya ha resucitado, pero las primeras comunidades están perseguidas y celebran la cena del Señor, haciendo memoria y reavivando la experiencia de la Pascua (no del cordero pascual).
Es el momento de preguntarnos: ¿En qué hemos convertido la eucaristía y las fiestas relacionadas con ella?
Marifé Ramos - Juglares del Evangelio
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