XI del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Dibujo: Fano
Jesús quiso despertar un proceso de cambio y fue tomando los ejemplos que le presentaba la realidad cotidiana de su pueblo. De este modo nadie, por sencillo que fuese, podía decir: “Maestro, yo no entiendo lo que dices”.
Jesús fue un gran
comunicador, con sus palabras y sus gestos tocó el corazón de sus oyentes, hasta el punto de que muchos hombres y mujeres dieron un giro profundo a sus vidas.
El evangelio de hoy nos invita a replantearnos cómo ha sido nuestra comunicación de la Buena Noticia a lo largo de este curso:
- ¿Cómo la hemos acogido y meditado?
- ¿Cómo la hemos compartido, incluyendo nuestra expresión corporal?
- ¿Qué podemos mejorar para el curso próximo?
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Jesús, en distintas intervenciones, hizo referencia a todo el proceso agrícola, desde que se planta la semilla hasta que se recogen los frutos. En el texto de hoy se pone el acento en una parte del proceso que es clave en la evangelización: la semilla germina y crece, de noche y de día, sin que sepamos cómo.
¡Cuántos agobios desaparecerían si lleváramos esta experiencia al terreno religioso! El Reino de Dios crece cuando preparamos el terreno de la siembra; crece cuando sembramos las semillas que hemos recibido (no las nuestras); y crece porque las semillas tienen ese dinamismo en su interior y la tierra, el agua y el sol les despiertan y reavivan esa fuerza.
El texto nos habla no sólo de espera, sino también de esperanza. Pensemos lo que sería para los agricultores del tiempo de Jesús el ir descubriendo los primeros tallos, ver que poco después las espigas iban creciendo y… ¡que se cargaban de granos de trigo y tendrían la alimentación asegurada! Durante meses vivían de esperanza, hasta el día en que podían recoger el grano y llevarlo al granero. Esa esperanza estaba conectada directamente con la obra de Dios.
No son mi fuerza, ni mi agobio lo que hace germinar las semillas. Ni ponerlas en un frasquito para que estén preservadas de todo peligro. Lo sabían muy bien las personas mayores, por eso el día que acababan de sembrar hacían la señal de la cruz sobre los campos y se volvían a sus casas. El proceso de la germinación ya no estaba en sus manos, sino en las del buen Dios.
Para nuestros niños y niñas, de clase o catequesis, tendremos que buscar un ejemplo que les permita comprender el mensaje de Jesús con las coordenadas de hoy. Por ejemplo cuando llamamos por teléfono ¿sabes exactamente todo lo que ocurre en las líneas desde que descolgamos hasta que colgamos el teléfono de nuevo? Evidentemente, no. Hay un proceso de servidores, redes, y conexiones que se nos escapa, pero… ¡hemos conseguido comunicarnos con otra persona!
Algo similar ocurre cuando plantamos semillas y cuando ofrecemos la Buena Noticia.
En Egipto se descubrieron unas semillas en una tumba, las plantaron casi cuatro mil años después ¡y dieron fruto! Quizá ahora al evangelizar hemos perdido el ritmo de la naturaleza y queremos que todo ocurra con la misma rapidez que nos comunicamos a través de Internet: casi en el instante. Nos desanima la falta de frutos, queremos que las cosas sean como imaginamos que deben ser, queremos plantar hoy y llenar los graneros mañana. ¡Volvamos a aprender de la madre naturaleza!
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Hace poco tiempo, cuando un adolescente oyó este texto dijo en voz alta: “¡Será un sobre de mostaza!” Por obra y gracia de las hamburgueserías, la mostaza se identifica con sobres y frascos de una salsa. Pero en Israel había muchos tipos de plantas de mostaza porque los granos se utilizaban a diario para condimentar la comida.
Había semillas de mostaza de diferentes colores y sabores, pero todas tenían algo en común: la semilla era muy pequeñita, como la cabecita de un alfiler y cuando se plantaba correctamente se podían conseguir plantas de más de dos metros de altura. ¿Quién no se sorprende al ver ese despliegue de vida? ¿De dónde ha sacado la semilla esos metros de ramas y la multitud de nuevas semillas? Pues de asimilar los nutrientes: la tierra, la fuerza del sol y el agua.
Cada uno de nosotros y de nosotras recibimos millones de buenas semillas a lo largo de nuestra vida. Se nos ofrecen también todos los nutrientes que necesitamos, pero ¿Somos conscientes de que germinar y dar fruto es un proceso lento que requiere nuestra colaboración? ¿Cómo vivimos los tiempos en los que parece que estamos bajo tierra, a oscuras, sin poder salir a dar fruto? ¿Comprendemos que son procesos que están despertando vida, aunque no veamos ningún fruto? ¿Nos ayuda la fe en esas etapas de “enterramiento vital”?
También estamos llamados y llamadas a sembrar las semillas que hemos recibido, a manos llenas, cantando y sin seleccionar previamente los terrenos. Sembrar con el corazón lleno de esperanza y renunciando a ver unos frutos que no nos corresponden, porque las tierras del Reino no son nuestras. Lo que nos honra es que hemos sido llamados a trabajar en el Reino, no a exhibir nuestros frutos en la plaza pública, ni a venderlos en los mercadillos.
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Parece que hablar en parábolas estaba muy bien visto en tiempos de Jesús pero conviene recordar que el que un maestro de la ley hablara de ese modo haría que mucha gente se burlara de él. La ley se explicaba a base de dialéctica, de largas discusiones entre varones, para llegar a conclusiones lógicas, claras. Pero Jesús les rompió sus esquemas una y otra vez. ¿Es lógico que Dios haga salir el sol sobre justos e injustos? ¿Es lógico que se nos pida que perdonemos a nuestros enemigos?
Al hablarles en parábolas la gente podía comprender el mensaje y decirse: “Ahora entiendo que lo que me dice Jesús se parece a…” ¿Por qué no entramos de nuevo en el mundo de las parábolas, evangélicas y actuales, para ver la realidad desde otra perspectiva que no sea la lógica? Que Jesús, Maestro, nos ayude a comprender y explicar la Buena Noticia desde esta perspectiva y nos desarrolle la capacidad de ser juglares del Evangelio y contadores de historias apasionantes.
Dice un refrán oriental: “La semilla nunca ve su fruto”.Se acaba el curso escolar (en España). Hemos sembrado la Buena Noticia que hemos recibido cada domingo. Hagamos la señal de la Cruz sobre el campo. Ponemos la tarea en las manos del buen Dios, con el corazón lleno de agradecimiento por haber podido trabajar en su campo. Pasarán las noches y los días y ¡algún día darán su fruto!
Marifé Ramos (Juglares del Evangelio)
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