3º Domingo de Pascua – Ciclo B
Avanzamos en el tiempo pascual y cada domingo nos vamos encontrando con unos relatos en los que Jesús sale al encuentro de sus discípulos, y en cada uno de esos encuentros se sienten transformados. Sólo entonces pueden expresar y anunciar a los demás su propia fe en Jesús vivo y resucitado.
Estos textos nos ayudan a reflexionar sobre nuestras propias experiencias. ¿Cómo y cuándo nos hemos encontrado cada uno de nosotros con Jesús Resucitado? ¿Qué ha cambiado esta experiencia en nuestra vida?
Igual que
lo primeros discípulos estamos llamados a “ser testigos” de la resurrección, que el evangelio de este domingo nos ayude a ello.
lo primeros discípulos estamos llamados a “ser testigos” de la resurrección, que el evangelio de este domingo nos ayude a ello.
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Nos encontramos al comienzo de este evangelio con una situación muy parecida a la que nos presentaba el domingo pasado el evangelio de Juan. Algunos discípulos siguen reunidos en Jerusalén cuando otros llegan contando diversas experiencias de encuentro con Jesús vivo.
En los versículos anteriores al evangelio de hoy, Lucas nos ha presentado la aparición a un grupo de mujeres, a las que no creyeron los apóstoles y discípulos porque sus palabras “les parecieron un delirio”.
Después se nos habla de la aparición a los discípulos de Emaús, y ahora se hace Jesús presente en medio de ellos, deseándoles su paz.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: « ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Junto al deseo de paz de Jesús nos encontramos con el miedo de los discípulos. Juan nos decía el domingo pasado que tenían miedo a los judíos. Lucas, nos dice que este miedo es por la sorpresa, porque no reconocieron a Jesús y creían ver un fantasma.
El evangelio nos plantea una clave: ¿cómo podían identificar a Jesús resucitado? Según la mayoría de los relatos de las apariciones esta identificación era lenta y costosa. Es Jesús mismo el que les da “señales” de que es Él: mostrándoles las llagas, hablándoles y recordándoles lo vivido en común, tranquilizándoles y convenciéndoles de que es verdad lo que están viendo y no se trata de un fantasma.
Los judíos se negaban a creer en la resurrección; también los discípulos tienen dudas de la realidad de Jesús. Y sólo una experiencia de encuentro con el Resucitado hace cambiar su mente y su corazón, abre sus ojos para ver y reconocer a Jesús.
No es algo que ellos busquen ni provoquen, Jesús se presenta cuando menos lo buscan o cuando han dejado de buscarle y de creer en él. Es la experiencia de un Jesús real la que produce en los once y en los hombres y mujeres de la primera comunidad, un cambio total que podemos llamar conversión, y una liberación del pecado y del miedo, incluso a la propia muerte. La comunidad cristiana surge como tal comunidad de la experiencia -personal y comunitaria- de encuentro con Jesús vivo y resucitado.
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: « ¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
En este caso Jesús les pide algo de comer y come delante de ellos. Es una manera catequética de decirnos que recuerden las experiencias que tuvieron con Jesús. No tiene sentido con que quedemos con la imagen de un resucitado comiendo un trozo de pescado sino que Lucas es el evangelista que ofrece continuamente signos, señales, para ayudarnos a mirar más allá de lo que vemos a simple vista.
Comer juntos, para los judíos, era signo de misión compartida y de vida compartida. No existían, como ahora, las comidas con quienes no tienes nada en común o con los enemigos. Comer juntos era un gesto que muchas veces habían compartido y que Jesús aprovechaba para explicar el sentido de lo que estaban viviendo. Él mismo lo explica recordándoles lo que les decía “mientras estaba con vosotros”.
Nos plantea aquí lo esencial de estos relatos “El Resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona”. El texto es gráfico y claro: el que ahora está entre los discípulos y Jesús de Nazaret, con el que ellos han convivido, son la misma persona.
Esta realidad se repite insistentemente en varios tipos de relatos: “A Jesús el Nazareno… lo matasteis crucificándolo… pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte…” (Hechos 2, 23-24) dirá Pedro como autoridad y palabra definitiva, expresando la fe de las primeras comunidades.
Encontramos también otra referencia importante, la alusión que Lucas pone en boca de Jesús mismo a “las Escrituras”, lo que nosotros entendemos por el Antiguo Testamento. “Todo lo escrito acerca de mi tenía que cumplirse”. Pone en relación su vida con la ley, con las Ecrituras, dándonos otra clave de lectura de las mismas, en cuanto que anuncian lo que se ha hecho realidad en su vida. El sentido último del Antiguo Testamento, es la persona de Jesús. Toda la historia anterior es un proceso que culmina en Él. .
Ese todo lo concretará en el párrafo siguiente en la pasión, muerte, proclamación universal del perdón de los pecados y la salvación. Ese “tenía que” no podemos entenderlo como predeterminación, sino como una clave de profundización en los acontecimientos, que nos hace descubrir su sentido hondo. La acción de Dios en la historia sin intervencionismos que quitan la libertad a los hombres y los pueblos.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»
El encuentro con Jesús lleva inherente un don: poder comprender las Escrituras desde otra perspectiva, que se abra el entendimiento para entender su sentido. Lo que experimentaron los discípulos de Emaús y los hombres y mujeres que estaban reunidos en el cenáculo es también un don para cada uno de nosotros hoy.
Estos dos párrafos del evangelio eran el resumen, la síntesis de la predicación de las primeras comunidades. Hay que leerlo en relación con el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (1, 8). Todo debe comenzar en Jerusalén porque para los judíos era el centro religioso del mundo, pero desde allí debía extenderse por todo el mundo.
Jesús les ayudó a comprender las Escrituras: todo el camino recorrido por Israel, y por cada uno de nosotros, recibe su sentido en el encuentro con el Resucitado. El camino de la cruz y la resurrección tienen sentido cuando predicamos como testigos. Representa el cumplimiento de las promesas históricas del Dios de Israel, pero también la satisfacción de las exigencias y las esperanzas de cada persona humana.
Así las palabras de Jesús, que empiezan con una referencia al pasado, (cuando estaba con vosotros) abren ahora a los discípulos hacia el futuro “en su nombre se predicará la conversión a todos los pueblos”. Los discípulos pasan de ser destinatarios del anuncio de Jesús a ser enviados y compartir su propia experiencia con el Resucitado.
Se ha iniciado el tiempo y la misión de la Iglesia, nos dice Lucas. Una misión que se inicia en Jerusalén, lugar donde todo sucede y donde se cierra una etapa y donde comienza otra marcada por la universalidad, el anuncio a partir de ahora debe alcanzar a todo el mundo, llevando a todos el anuncio de la salvación..
Esta misión se encomienda a los once y a toda la comunidad cristiana, “testigo” de la muerte y resurrección de Jesús. Nos transmite una apertura y horizonte ilimitado.
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