Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que
Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el
anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su
próxima partida, han dejado a todos desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de
ellos?
Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera,
Jesús trata de animarlos: “Que no se
turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Más tarde, en
el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie va al Padre, sino por mí”. No lo han de olvidar nunca.
“Yo soy el camino”. El problema de no pocos no es que viven extraviados o
descaminados. Sencillamente, viven sin camino, perdidos en una especie de
laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van
indicando las consignas y modas del momento.
Y, ¿qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin
camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? Si se acerca a Jesús,
lo que encontrará no es una religión, sino un camino. A veces, avanzará con fe;
otras veces, encontrará dificultades; incluso podrá retroceder, pero está en el
camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.
“Yo soy la verdad”. Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos
modernos. No todo se reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda
la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los
análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de
la realidad.
Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio
último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El
Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos
puede abrir a su Bondad.
“Yo soy la vida”. Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro
lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como
alguien vivo que, desde el mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de
vida nueva.
Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma
discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible.
A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la
confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna.
Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la
verdad y la vida.
José Antonio Pagola
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