La envidia tiene una doble raíz: no contentarnos con lo que somos y tenemos, no saber valorarlo, disfrutarlo, aceptarnos, querernos y, por otro lado, no ver los bienes de los demás como motivos para nuestra alegría, no ser capaces de alegrarnos por el bien del otro.
¿Cómo puede ayudarnos la oración? Si rezo me acerco a Dios que es amor, que me enseña a amar al prójimo y a amarme a mi mismo. La envidia se vence con amor, se vence con descubrir la verdad de quién soy y quién es el otro. Y esa verdad sólo se descubre amando.
El impostor de la envidia te dice que no tienes lo que necesitas y no puedes tenerlo, que es mejor lo de los demás. Y te empuja a no quererlos porque los ves más felices o mejores que tú. Pero si le das la vuelta… Si ves la cantidad de cosas para dar gracias que hay en tu vida, si ves los bienes de los demás como una oportunidad para estar agradecido.
Y si descubro que todo un Dios quiere ser mi amigo, que le puedo llamar Padre, que en Jesús muere por mí y resucitó para darme vida… que me ama ¿cómo no voy a estar agradecido? ¿cómo sentir envidia si ya tengo todo?