jueves, 27 de octubre de 2016

PARA REFLEXIONAR- EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (19, 1-10):

Hoy ha entrado la salvación en esta casa

Dice el evangelio que Zaqueo era muy pequeño de estatura. Pero Jesús le ayudó a tener un alma grande. La escena resulta un tanto ridícula, casi grotesca. Un hombre importante y rico, subiéndose a un árbol, escondido entre las ramas, para ver a Jesús sin ser visto por la gente. Es como si un personaje importante de un pueblo o ciudad, se subiese a una farola de la calle principal para ver pasar un desfile o una procesión. 


Zaqueo, a pesar de ser injusto, y enriqueciéndose a costa de los demás, es un hombre inquieto, que no es feliz. La fama de Jesús como hombre justo y bueno, le lleva a quererlo conocer. Y Jesús lo ve, le llama, y se hace invitar a su casa. Y allí se obra el milagro. El gran milagro del arrepentimiento de un pecador de mala fama. ¿Qué le diría Jesús en aquella conversación íntima, mientras comían? Lo cierto es que lo que fuera le llega al alma, y empieza la conversión. Empieza por devolver lo que ha robado a las gentes; empieza por desprenderse de lo que la avaricia le había proporcionado injustamente. Además promete dar a los pobres la mitad de sus bienes, y a los que les ha robado, les devolverá cuatro veces más. Eso sí que es una verdadera conversión. Por eso Jesús dirá: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”.

Lo primero que hace falta para cambiar aquello que en nuestra vida no está del todo conforme con lo que Dios quiere, es que invitemos a Jesús a entrar en nuestra casa, en nuestro corazón. Cuando se acepta plenamente a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas,  ese mismo Jesús nos irá haciendo ver lo que tenemos que cambiar, lo que tenemos que convertir.

Lo segundo que hace falta es que no nos creamos ya perfectos. Reconocer que el pecado también anida en nosotros, como supo reconocerlo Zaqueo.

Y tercero, bajar del árbol de nuestra suficiencia para pisar el terreno de la humildad, confesando que necesitamos a Jesús para empezar a pensar en los demás.

La conversión, el cambio que nos exige seguir mejor a Jesús, afecta, a veces, a nuestra manera de pensar, otras veces a nuestra manera de situarnos ante las realidades de la vida, otras veces afecta a nuestros sentimientos, o a la manera de situarnos ante el dinero, o al modo de relacionarnos con Dios y con los hombres. Siempre afecta a aquellas cosas que ocupan un primer lugar en nuestra vida, y que no se rigen por el estilo del evangelio.

A veces, cuando hablamos de conversión, pensamos en los grandes pecadores. Pero la conversión la necesitamos todos. Cada uno tiene que examinar su vida, en todos los aspectos, para ver qué es lo que tiene que ir cambiando. Y pedirle al Señor que seamos capaces de verlo.

Félix González

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