XXX Del Tiempo Ordinario – Ciclo B
El evangelio de hoy aparentemente es muy sencillo. Se puede resumir en pocas palabras: Jesús se encuentra a un ciego y le cura. Pero como nosotros no nos llamamos Bartimeo ni estamos ciegos podemos leerlo rápidamente y dedicarnos a otra cosa, de las muchas que tenemos pendientes.
Sería un gran error. Este evangelio, que parece tan sencillo, tiene un
mensaje muy profundo. Sólo tenemos que sustituir el nombre de Bartimeo por el nuestro y tomar conciencia de nuestras cegueras para darnos cuenta de que necesitamos que Jesús sane nuestros ojos y nos enseñe a ser discípulos y discípulas. ¿Por qué?
mensaje muy profundo. Sólo tenemos que sustituir el nombre de Bartimeo por el nuestro y tomar conciencia de nuestras cegueras para darnos cuenta de que necesitamos que Jesús sane nuestros ojos y nos enseñe a ser discípulos y discípulas. ¿Por qué?
Porque estamos llamados a tener una mirada contemplativa sobre el mundo y sobre cada persona y seguramente nos queda mucha suciedad en la mirada.
Porque estamos llamados a conmovernos ante quien llora y sufre y seguramente desviamos muchas veces la vista y seguimos nuestro camino.
Porque… ¡yo también soy Bartimeo!
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Jericó está situado a unos 8 kilómetros del extremo norte del mar Muerto, es una de las ciudades más antiguas del mundo. Allí vivieron varios profetas y en esa pequeña ciudad se convirtió Zaqueo al escuchar a Jesús y acogerlo en su casa. Era un oasis en medio del desierto, con un gran manantial y muchas palmeras, por eso era un lugar con mucho tránsito.
En español hay muchos apellidos patronímicos formados por el sufijo ez; Fernández expresaba que era hijo de Fernán o Fernando, Álvarez era hijo de Álvaro. En arameo (lengua de Jesús) usaban bar como prefijo del nombre para indicar de quien era hijo una persona. De ahí el nombre de Bartimeo.
La ceguera se consideraba un castigo de Dios y suponía una tragedia, porque ni los caminos ni la sociedad estaban preparados para facilitar la vida a los que no veían. Sólo la limosna podía hacer que la vida de los invidentes fuera más llevadera.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
La expresión “Hijo de David” es un título mesiánico, es una manera de decirnos el evangelista que un ciego está “viendo” en Jesús al Mesías, mientras que el resto de la gente estaba realmente ciega al no descubrirlo, ni creer en el testimonio que daba Bartimeo, por eso le mandan callar y le regañan.
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
La compasión es un sentimiento que nace ante el sufrimiento ajeno y nos impulsa a aliviarlo. Bartimeo necesita esa compasión porque “ha visto” al Mesías.
Si Jesús no se hubiera detenido no hubiera escandalizado a nadie porque en su tiempo se suponía que Dios hacía justicia y le daba a cada uno lo que merecía. Si Bartimeo había recibido la ceguera Dios sabría por qué. No había que enmendar la página a Dios, a lo sumo ponerle una moneda en la mano de este pobre hombre y seguir el camino. Pero Jesús cuidó mucho los encuentros personales con los hombres y mujeres de su tiempo. Cuidó la cercanía, la mirada, el tacto y hasta el tono de voz con el que hablaba de su Abbá.
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Es la misma pregunta que le hizo a los hijos de Zebedeo, pero las respuestas son opuestas. Santiago y Juan querían sentarse como hombres poderosos, a la derecha y a la izquierda del Mesías. Sin embargo Bartimeo, que lleva toda la vida sentado en el camino quiere ver, y cuando recupera la vista se pone en camino, siguiendo a Jesús. Bartimeo ha entendido lo que es el discipulado, a pesar de que su encuentro con Jesús ha sido breve, sin embargo Santiago y Juan llevan tiempo viendo las obras de Jesús y oyendo sus palabras y no han entendido.
Estos versículos tan breves nos invitan a meditar sobre tres aspectos muy importantes:
- Recuperar el ánimo: Bartimeo lo necesitaría porque podemos imaginarnos lo que supone pasar toda la vida a la vera del camino, con una mano extendida, a merced de que alguien pase y le socorra. El encuentro con Jesús es ocasión para recuperar ese ánimo. ¿Lo experimentamos?
- Levántarse: su sitio ya no será el suelo de un camino, sino hacer camino con Jesús,acompañarle como discípulo, y san Marcos nos lo dice con esa expresión tan simpática “dio un salto”. Podemos preguntarnos ¿cómo pudo dar el salto y acercarse a Jesús si todavía no veía? Porque para los evangelistas tiene mucha menos importancia el cambio físico (la curación) que el cambio de actitud. Y san Marcos nos está diciendo que deja lo que tiene “entre manos” para seguir a Jesús, como hicieron antes Pedro y los hijos de Zebedeo, cuando dejaron las redes, la pesca y a la familia.
En el evangelio van apareciendo encuentros de Jesús con personas que están encorvadas, paralizadas, muertas… y tras el encuentro con Jesús algo se mueve en su vida, algo revive. ¿También en la nuestra?
- Jesús te llama: Es la raíz de toda vocación, percibir una llamada directa o a través de personas y acontecimientos. Una llamada clara o que se va clarificando a lo largo de años. Fuerte, o suave como un susurro. A Bartimeo le daban limosnas, ahora no le van a dar una moneda, sino aquello que transformará su vida. Y Bartimeo entrega lo mejor que tiene: su propia vida para seguir a Jesús.
Estas tres palabras tuvieron que dejar una huella profunda en las primeras comunidades cuando meditaran en ellas. En medio de las persecuciones y dificultades de su tiempo los hombres y mujeres bautizados, recibirían ánimo y redescubrirían la llamada de Jesús para incorporarse y dar ánimo a quienes les rodeaban.
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Es un buen “ejercicio espiritual” repetir una y otra vez las mismas palabras que el ciego: “Maestro, que pueda ver”.
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