Cena de despedida
Estamos celebrando “la cena del Señor”. No era una cena cualquiera. Era la noche de la cena de Pascua, el momento de recordar ritualmente la noche de la liberación. Y por eso esta todo estructurado. Lo hemos escuchado en la primera lectura.
Jesús lo sabía. La había celebrado otras treinta y tantas veces. Pero aquella cena era especial; era la cena de despedida de sus amigos. Y por eso, no escatimó romper moldes y dejar grabadas ciertas imágenes en el corazón de los que le acompañaban. Y debía hacerlo, para que aquella cena tuviera toda fuerza que merecía: en adelante cuando aquellos discípulos celebrasen la cena de la liberación deberían evocar la nueva liberación, la que iba a dejarles EL. Nos lo ha recordado la segunda lectura.
Signo de servicio
Y por eso interrumpió Jesús la cena para dejarles impactados con la imagen del Maestro haciendo la labor de esclavo: lavar los pies de los comensales. Uno a uno. Con esmero. Sin dejarse a nadie. Al amado y al traidor. Al impetuoso, al falto de fe, a los preocupados por querer ser más que los otros, a los inteligentes y a los torpes. Sin distinción. “Y si yo el Maestro y el Señor, os he lavado los pies... haced vosotros lo mismo”. También nos lo ha recordado el Evangelio.
Todo un signo para romper esquemas y poner en el centro lo que es fundamental: nuestro Dios no quiere otro sacrificio, otra ofrenda, ni otro rito que el del Amor. Con todas sus consecuencias
Nuestro Jueves Santo tiene que estar marcado por el Amor; no puede ser una mera representación casi teatral de un Jesús que encarna el sacerdote y de unos discípulos encarnados por unos fieles de la comunidad....¡Qué poco le hubiera gustado a Jesús que nos quedemos en ese gesto a veces demasiado vacío de contenido!
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